El viernes fue un día lluvioso, ya sabíamos que
algo no andaba bien. Te llevamos al médico y allí te tuvistes que quedar, no me
despedí de ti, solo podía sentir punzadas en el corazón, y un enorme nudo en la
garganta que no me dejaba respirar con normalidad, solo cuando salí por la
puerta me di cuenta de que posiblemente esa era la ultima vez que te vería.
Instantes antes, en la sala de espera, tus ojos
se clavaron en los míos, y me dijeron muchas cosas, lo se, lo sentí muy
adentro, sentí tu despedida.
Cuando mi peor presagio se hizo realidad solo
pude verte una vez más, pero esta vez dormidito, ya no pude ver esa luz de tus
ojitos ni esa boquita carnosa, tuve que tomar la decisión más dura de mi vida,
dejarte marchar, librarte de seguir sufriendo, no quise ser egoísta pese a que
me moría por volverte a tener junto a mi, oírte roncar, verte dormidito a mis
pies, ver como cada mañana vienes al borde de mi cama y te subes para asomarte
y despertarme, oirte llegar por el pasillo al sonido de tus uñas por el suelo,
simplemente tu compañía constante e incondicional, como lo voy a echar de menos
querido amigo.
A la vuelta a casa se abrieron unos rayos de sol
entre las nubes oscuras, y se que ahí te habías marchado, y luego el cielo se volvió
a cerrar en la oscuridad.
Tengo el corazón rasgado, tengo una herida en el
alma, solo me queda el consuelo de haberte dado todo lo que he podido para que
vivieras feliz, y recordar tu ultimo baño en la playa este verano, la ultima
vez que estuvimos los tres juntitos en el sillón, cualquier detalle cotidiano
que ahora retumba en el silencio.
Te quiero por siempre, y sin hay un cielo ahí
arriba, espero que me estés esperando cuando llegue.